Regla de Vida Asuncionista

REGLA DE VIDA

Constituciones de los Agustinos de la Asunción

 

“Ante todo, hermanos carísimos, amad a Dios y después también al prójimo, porque éstos son los mandamientos que principalmente se nos han dado” (S. Agustín)

 

“Tomamos por lema estas palabras del Padre nuestro: ADVENIAT REGNUM TUUM, y las del Oficio divino: PROPTER AMOREM DOMINI NOSTRI JESU CHRISTI. El advenimiento del Reino de Cristo en nosotros y en el prójimo, he aquí lo que nos proponemos ante todo”.   (P. d’Alzon, Constituciones de 1865, I, 1).

 

“El espíritu de la Asunción se resume en estas pocas palabras: el amor a Nuestro Señor, a la Santísima Virgen, su Madre, y a la Iglesia, su Esposa”  (P. d’Alzon, Directorio, I, 1).

 

 

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I.  LA  ASUNCION

 

1  Los Asuncionistas somos religiosos que vivimos en comunidad apostólica.. Fieles a nuestro fundador, el P. d'Alzon, nos proponemos, ante todo, trabajar, por amor de Cristo, en favor del advenimiento del Reino de Dios en nosotros y alrede­dor nuestro.

 

2 Jesucristo es el centro de nuestra vida. Nos comprometemos a seguirle en la fe, la esperanza y la caridad Como El, testigo del amor del Padre y solidario con los  hombres, el religioso asuncionista quiere  ser hombre de fe y hombre de su tiempo.

3 Cristo es quien nos reúne. Vivimos en comunidad siguiendo el espíritu de S. Agustín: “Lo primero porque os habéis congregado en Comunidad es para que habitéis en la casa unánimes y tengáis un alma sola y un solo corazón hacia Dios” (Regla 3).

     Buscamos una vida fraterna hecha de franqueza, cordialidad, sencillez.

        Nuestra oración común es la de la Igle­sia. En ella, la comunidad celebra su fe y se abre al Espíritu con vistas a la misión.

 

4 La comunidad asuncionista existe pa­ra el advenimiento del Reino. El espíritu del fundador nos impulsa a hacer nuestras las grandes causas de Dios y del hombre, a hacemos presentes allí donde Dios está amenazado en el hombre y el hombre amenazado como imagen de Dios. Tene­mos que dar pruebas de audacia, iniciativa y desprendimiento, guardando fidelidad a la enseñanza y a las orientaciones de la Iglesia. Es nuestro modo de participar en su vida y en su misión.

 

5 Fieles a la voluntad del P. d'Alzon, nuestras comunidades están al servicio de la verdad, de la unidad y de la caridad. Así anuncian el Reino.

 

 

II.  NUESTRA VIDA COMUN

       

"Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti. Que ellos también sean, uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado". (Juan 17,21)

 

6 Llamados por Cristo, fuente de nuestra unidad, optamos por vivir en común con­forme a la Regla y al espíritu de S. Agus­tín, con vistas al Reino.

El advenimiento del Reino de Jesu­cristo para nosotros y para el prójimo se realiza ya en nuestra vida comunitaria.

Por muy dispersos que estemos en ra­zón del apostolado, participamos en la vida y en la misión de la comunidad.

 

7  La vida fraterna se nos da a construir día tras día.. Acogida como un don de Dios, exige a cada religioso una conver­sión diaria que afianza su propia fidelidad y la de sus hermanos.

Nuestro amor a Dios y a los hombres se prueba y se manifiesta en la verdad de nuestras relaciones. A nadie le será dado saborear la alegría de esta vida sin que comprometa en ella toda su persona.

 

8 Nos aceptamos diferentes, pues Aquel que nos une es más fuerte que lo que nos separa. Debemos superar sin cesar nues­tras divisiones y limitaciones para reen­contramos en la acogida y el perdón.

 

Si anteponemos la escucha benévola y el respeto a las personas a cualquier diver­gencia de opinión y diferencia de origen, de edad, de mentalidad o de salud, nuestra diversidad se transforma en riqueza.

 

9 La vida fraterna exige encuentros periódicos.

El Capítulo local es una etapa de má­xima importancia en la vida de cada comunidad.

La comunidad rehace sus fuerzas y su unidad en la oración, sobre todo en la cele­bración de la Eucaristía.

Mediante un intercambio cordial y franco, propiciado por las reuniones co­munitarias, la comunidad busca una vida religiosa más fiel y un apostolado más abierto a las llamadas de la Iglesia y. del mundo.

Las alegrías y las adversidades, el es­parcimiento y las comidas nos deparan la ocasión de estrechar nuestros lazos en la sencillez, conforme al espíritu de familia tradicional en la Asunción.

Nos ocupamos con cariño especial de nuestros hermanos enfermos y mayores.

 

10 Es importante que la comunidad se muestre acogedora, respetando, sin em­bargo, los lugares reservados a sus miem­bros para salvaguardar la intimidad que necesitan.

Quiere ser solidaria con las demás co­munidades y mantiene siempre vivo su sentido de Iglesia, fundamento de toda comunión fraterna.

 

11 Nuestras responsabilidades y funcio­nes son diversas. El desempeño de las mismas exige espíritu de servicio y de caridad.

El superior vela por la animación de la comunidad, atiende con especial solicitud a las personas y garantiza la libertad de cada uno y la unidad entre todos.

 

12 Vivida así, nuestra vida común da ple­nitud a la vocación de cada: religioso. En un mundo dividido, testifica que Cristo está vivo entre nosotros y que realiza nuestra unidad en orden al anuncio del Evangelio.

 

III. NUESTRA VIDA DE SERVICIO APOSTOLICO

 

“1d Y haced discípulos de todas las naciones"  (Mateo 28, 19)

 

13 El apostolado de nuestra Congregación inserta a nuestras comunidades en la mi­sión de la Iglesia: congregar a todos los hombres en el Pueblo de Dios.

Nuestra divisa: "Venga tu Reino" nos impulsa a trabajar por el advenimiento del Reino de Cristo en nosotros y en el mundo.

Como el Padre lo envió, así Cristo nos envía con la promesa de su Espíritu, a servir a nuestros hermanos mediante la proclama­ción del Evangelio.

 

14 Nuestras comunidades quieren compar­tir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de su tiempo, en especial de los pobres y de todos “los que tie­nen hambre y sed de justicia" (Mateo 5, 6).

Solidarios con sus aspiraciones y sus esfuerzos, participamos en la venida de un mundo más justo y más fraterno.

 

15 Dentro de los límites de nuestras posibili­dades, elegimos los compromisos que sei ajustan efectivamente a las necesidades actuales y al espíritu de la Asunción.

 

16 Trabajamos en la edificación de la Igle­sia por el anuncio de Jesucristo. Damos prio­ridad a la educación en la fe, a la formación de laicos comprometidos, al despertar y se­guimiento de las vocaciones cristianas, en . especial las vocaciones religiosas y sacer­dotales.

El anuncio de Jesucristo es inseparable de la promoción de todo el hombre en la justi­cia, el amor y la unidad.

Todas nuestras actividades estarán ani­madas por un espíritu doctrinal, social, ecu­ménico.

 

17 Queremos permanecer fieles a las gran­des orientaciones de la Iglesia, en comunión con el Papa, el Colegio episcopal y la Iglesia local.

Colaboramos franca y desinteresadamente con todos los que están comprometidos en la evangelización.

 

18 Desde los comienzos, nuestro apostolado ha adoptado formas muy variadas, especialmente: la enseñanza “en el sentido más amplio de la palabra”, los estudios, los medios de comunicación social, las peregrinaciones, el ecumenismo, el ministerio parroquial, los movimientos apostólicos de laicos, las obras sociales, el servicio a las Iglesias jóvenes...

En virtud de la vocación propia de la Asunción debemos estar siempre disponibles y ser capaces de inventiva.

 

19 Por la calidad de su vida y de su acción, la comunidad da testimonio de la Buena Nueva.

Sanos. o enfermos, jóvenes o ancianos, cada uno según su vocación y su situación, todos compartimos con nuestros hermanos esta misión apostólica.

 

20 Nuestra vocación misionera pide que nos hagamos “todo para todos”: Esta disponibilidad implica particularmente:

- apertura de espíritu y de corazón a los valores culturales, sociales y religiosos de los diferentes ambientes humanos;

- voluntad tanto de recibir como de dar, con estima y respeto mutuos;

- preocupación de formación, competencia y adaptación;

- esfuerzo de iniciativa y de inventiva;

- celo apostólico, amor al trabajo, franqueza y audacia.

 

21 Verificaremos con regularidad la calidad de nuestro servicio apostólico y estudiaremos las opciones y adaptaciones necesarias.

Nuestras preferencias y nuestras apti­tudes personales serán tenidas en cuenta, pero confrontadas en todo momento con las orientaciones y prioridades de las co­munidades y con las. llamadas del Ins­tituto.

 

22 Nuestra oración personal y comunita­ria acoge y celebra la acción de Dios en la vida de los hombres. Imploramos su per­dón por los rechazos a las llamadas del Espíritu. En ella reavivamos nuestra es­peranza, para ser testigos de Cristo “hasta que vuelva”.

 

 

IV. NUESTRA  PROFESION  RELIGIOSA

 

"Para mí vivir es Cristo" (Filip. 1,21)

 

23 En un mundo, en el que compar­timos la búsqueda y el esfuerzo de los hombres por llegar a ser plenamente hom­bres, reconocemos en Jesucristo al hom­bre perfecto, y encontramos en Dios la razón más poderosa de nuestro vivir y de nuestro actuar.

De todos, quiere Dios hacer su pueblo, sus amigos, sus hijos.

Nos ha salido personalmente al en­cuentro para realizar con y por nosotros su designio. de presencia entre los hombres y de comunión con ellos.

 

24 Estamos llamados a seguir a Cristo de una forma radical por los caminos del Evangelio. Bajo la acción del Espíritu y a ejemplo de Maria, optamos por arriesgar nuestra vida en la aventura del encuentro con Dios.

Nuestra consagración religiosa, desa­rrollo de las riquezas de nuestro bautismo, nos empuja a crecer sin cesar en la fe, la esperanza y el amor.

 

25 Por el compromiso de nuestra vida religiosa, queremos responder a esta vo­cación y a sus exigencias evangélicas, se­gún el don del Señor.

Por los votos de pobreza, castidad y obediencia, que atestiguan nuestra fe en Jesucristo, pretendemos recordar el sen­tido último de las realidades humanas y nos hacemos servidores del Reino.

 

                        POBREZA

26 En un mundo en el que el apego a los bienes materiales y su injusta distribución son fuente de división y de odio, testifica­mos que Dios es nuestra verdadera rique­za y nos quiere solidarios con los pobres.

Asumiendo la porción de trabajo que nos corresponde en medio de los hombres, queremos participar en la promoción de las personas y de los pueblos con vistas al Reino.

 

27 Conscientes de nuestra responsabili­dad de cristianos, nos comprometemos a vivir la pobreza según el Evangelio.

Cristo nos invita a confiar en el Padre que da la tierra a todos. Quiere que los hombres la compartan entre sí, pues todos son hermanos.

Este hecho constituye para nosotros una llamada a compartir lo que somos y tenemos para el servicio de los demás.

Esto nos exige un desprendimiento verdadero de cualquier forma de posesión para alcanzar una mayor libertad interior y, ponemos del lado de los pobres y opri­midos.

 

28 Por el voto de pobreza, nos compro­metemos a renunciar al derecho a usar y disponer de bienes que se puedan tasar en dinero sin permiso del superior legítimo.

También optamos por poner en común nuestros talentos y recursos, por obligamos al trabajo y llevar una vida modesta y sen­cilla.

Animados por este mismo espíritu de desprendimiento podemos renunciar defini­tivamente a nuestros bienes patrimoniales.

La comunidad da a cada uno lo que necesita.

 

29 Cada uno, por su parte, es responsable de la situación económica de la comunidad.

La información mutua, la participación activa en las decisiones y el compartir las tareas nos obligan a todos.

 

30 El espíritu de pobreza exige de las comu­nidades y del Instituto evitar todo lo que no se ajuste alas necesidades de una vida sobria y de nuestro apostolado. Nos dejaremos in­terpelar por aquellos de nosotros que viven con los más pobres.

 

31 El compartir nuestros bienes debe exten­derse a las demás comunidades, a los necesi­tados, a los que se organizan con vistas a un mundo más justo, pues la pobreza, en su dimensión social e internacional, nos invita a estar atentos y presentes en los problemas colectivos de la vida de los hombres.

 

32 Así cada comunidad da testimonio del valor relativo de los bienes terrestres y tiende a establecer entre los hombres el Reino de justicia y de paz..

 

 

                        CASTIDAD

33 Creado para amar y ser amado, el hom­bre realiza su vocación de amor bajo múlti­ples formas.

Siguiendo a Cristo, totalmente al servi­cio del Padre, elegimos el celibato con vistas al Reino. Orientamos hacia Dios todo el amor que podemos dar y recibir.

 

34 Nuestra vida queda, de este modo, dedi­cada al servicio del Evangelio y de nuestros hermanos. Lejos de replegamos estérilmente sobre nosotros mismos, nuestro celibato de­be abrimos a los demás.

Vivido en la acogida del otro y el don de sí mismo, el celibato manifiesta el sentido profundo del amor humano y su vocación última.

 

35 Este don de nosotros a Dios y a los demás nos hace libres y nos dispone para la vida fraterna y el apostolado.­

Cuanto más amemos como Cristo, me­jor podremos vivir, bajo su mirada, nuestras relaciones humanas y más sensibles seremos a las alegrías, los sufrimientos y las inquietu­des de los hombres.

 

36 Conscientes de la renuncia radical y de la parte de soledad que conlleva, pero con­fiando en el Señor que da fuerza a nuestra debilidad, nos comprometemos por voto a vivir el celibato por el Reino en la castidad perfecta que nos exige nuestra entrega to­tal a Cristo.

 

37 La fidelidad a este compromiso exige una educación humana y espiritual. Requie­re intimidad con Cristo, así como prudencia, dominio de sí, vida equilibrada y sensatez en el uso de los medios de comunicación social.

Atentos a la vocación de cada uno de los hermanos, procuraremos mantener en nues­tras comunidades una vida verdaderamente fraterna, hecha de amistad, de escucha, de delicadeza, de apoyo y de perdón.

 

38 Nuestro celibato, vivido con serenidad y alegría, es signo del Reino y anuncia el día “en que Dios será todo en todos”.

 

                        OBEDIENCIA

39 La solidaridad y mutua dependencia son el camino de liberación y realización para todo hombre.

El Evangelio nos invita a asumir dichas vinculaciones en la sumisión al Padre Y el amor fraterno. A la voluntad de poder y al repliegue egoísta sobre sí mismo, contra­pone la atención a los pequeños y el servi­cio a los demás.

De este modo, frente a las esclavitudes e indiferencias culpables, procuramos dar testimonio de la verdadera libertad en el Espíritu. "Llamados a la libertad" de­seamos “servirnos unos a otros por "amor". (Gálatas 5, 13).

 

40 Nuestra obediencia tiene su raíz en la de Cristo. Su fidelidad al Padre y el amor a los hombres le condujeron al don total de sí mismo. Vino a servir y se hizo obediente hasta la muerte.

 

41 Por el voto de obediencia, ofrecemos a Dios nuestra voluntad de un forma radical y nos comprometemos a obedecer a nuestros superiores legítimos en todo lo que atañe a la Regla de Vida.

Esta obediencia, que nos une estre­chamente a la Iglesia, se la debemos tam­bién al Santo Padre.

En la escucha al Espíritu, a la Iglesia y al mundo tratamos de discernir juntos la llamada de Dios en nuestra comunidad, en la vida de los hombres y en los acon­tecimientos.

 

42 Todos caminamos. buscando la voluntad del Padre en un clima de libertad y franqueza, de confianza y colaboración, de iniciativa y corresponsabilidad.

El superior es el hermano que ayuda a la comunidad local, provincial o general a construirse así día tras día.

Recuerda a sus hermanos las convic­ciones y decisiones de la comunidad, de la Provincia o del Instituto.

A  veces estimula a una fidelidad más exigente al Evangelio.

Tras una búsqueda común o un diá­logo personal, presta a todos el servicio de la decisión según las Constituciones, con la autoridad que le corresponde por su función.

 

43 Vivida en la fe y la oración, la obedien­cia nos abre a Dios y a los hombres. Va convirtiendo poco a poco nuestro afán de dominio en voluntad de servicio y de promoción del otro. Manifiesta nuestra fe y nuestra disponibilidad a la voluntad del Padre. Así es signo de Reino.

 

 

V. NUESTRA VIDA DE ORACION

 

"Señor, enséñanos a orar". (Lucas 11, 1)

 

44 Como el P. d'Alzon, hombre de fe, reconocemos la necesidad de la oración. Esta nos abre a la acción de Dios. Es la fuente siempre renovada de nuestra ac­ción apostólica.

 

45 Por la fidelidad al Evangelio en nues­tras opciones, en el trabajo diario, en la apertura a los demás y en la disponibilidad ante los acontecimientos, toda nuestra vida, bajo la acción del Espíritu, se trans­forma en encuentro con Dios.

 
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